viernes


Hoy ya no empleamos el lenguaje sólo para fines comunicativos, sino principalmente en el sentido de que las palabras han llegado a ser casi lo mismo que el dinero: abstracciones de experiencias reales, que se intercambian en la comunicación humana sin sentirlas referidas a experiencias concretas: preguntamos "¿cómo está?" a un hombre profundamente desdichado, y contesta: "Bien, gracias". Podrán decirme que eso es básicamente orgullo, pero en mi opinión lo principal es que nadie espera un verdadero interes en el otro y que las palabras no cuentan, que las palabras se emplean para llenar huecos, para llenar el vacío que sentimos dentro de nosotros mismos y en la comunicación con los demás. Atiendan al tono de voz en que se produce la comunicación humana: ¡cuánta abstracción! Es casi como cuando se va de compras al mercado: "tome los dos dólares y déme lo que le pido".
La gente intercambia palabras sin compartir ninguna realidad de la que estén hablando. Intercambian palabras con cierto embarazo, para ocultar el vacío que hay en su comunicacion y el hecho de que no sienten ningún estímulo. Después de la charla, no notan haber compartido nada. Tienen una sensación de vacío parecida a la de haber estado dos horas en el cine viendo una película que ha resultado ser muy mala, cuando abandonamos la sala con cierta sensación de embarazo y vergüenza por haber perdido el tiempo de manera tan absurda.
He querido describir lo que me parece uno de los rasgos y peligros esenciales del hombre en la sociedad contemporánea: hemos perdido contacto con todas las realidades, excepto una, que es la realidad, creada por el hombre, de la industria y el negocio, de la organización de las cosas que podemos manipular. Estamos en contacto con artificios. Estamos en contacto con la rutina social. Y estamos en contacto, y nos comunicamos, y nos relacionamos con todo lo que produzca más cosas, pero no estamos en contacto con las realidades fundamentales de la existencia humana. No estamos en contacto con nuestros sentimientos, con nuestra dicha o desdicha, el miedo y la duda, con nada de lo que ocurre en el interior del hombre.

2 comentarios:

  1. Está claro que estamos así. La gran mayoría de las veces que nos saludamos con las demás personas, esas frases hechas, no son para recibir una respuesta. Es más, si alguien osa comentarnos lo que le está pasando pensamos: "por favor! si no me interesa!". Somos, en gran parte de nuestro tiempo, unos malditos hipócritas. Y es lamentable, sin duda.

    Un día aprendí que no debo preguntar lo que no estoy dispuesta a escuchar. Y me quedé muy sola.

    Un abrazo

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