viernes

No huelga indicar que la torpeza puede, en ocasiones, ser fruto de un exceso de sincronización; Elisa y Elías eran sin duda un caso ejemplar. Incapaces de abrazarse sin que sus respectivos brazos izquierdo y derecho chocasen en el aire junto a sus cabezas, ambos despertaban la admiración de sus amistades. Tenían los mismos hábitos. Les gustaba la misma música. Sus opiniones políticas no diferían ni siquiera en lo accesorio: simpatía por tal o cual ministro, fobia hacia este o aquel diputado. Se reían con parecidas bromas, y en los restaurantes cualquiera de ellos podía pedir dos menús idénticos sin consultar al otro. Jamás tenían sueño a horas distintas, lo cual, si estimulante sexualmente, resultaba fastidioso desde un punto de vista estratégico: Elisa y Elías competían en secreto por ocupar primero el cuarto de baño, por el último vaso de leche o por leer antes esa novela que, la semana anterior, ambos habían decidido comprar en su librería predilecta. Teóricamente, no cabe duda de que Elisa podía alcanzar el orgasmo junto con Elías sin ningún esfuerzo; pero, en la práctica, no eran pocas las veces en que acababan trenzados en incómodas posturas, derivadas de su deseo simultáneo de colocarse encima o debajo del otro. Hacen una pareja perfecta; dos medias naranjitas, les solía decir la madre de Elisa, a lo que ambos respondían sonrojándose un poco, y pisándose un pie al adelantarse para ir a besarla. Te odio más que a nadie en este mundo, quiso aullar Elías cierta noche accidentada, sin conseguir que Elisa lo escuchase o, mejor dicho, sin poder distinguir su propia voz de la de ella. Tras un sueño inhóspito, pleno de pesadillas con espejos, desayunaron en silencio y no necesitaron discutir para saber. Aquella tarde, al regresar del trabajo, a ella no le sorprendió encontrarse con la mitad del armario vacío mientras se disponía a llenar sus maletas. Como es natural, Elisa y Elías han intentado reconciliarse en más de una ocasión. Sus teléfonos, no obstante, suelen estar ocupados. Cuando, en cambio, han conseguido fijar un encuentro, tal vez ofendidos por la excesiva demora del otro en dar el paso, ninguno de los dos ha acudido a la cita.

Andrés Neuman




 
Quizás la mayor riqueza de la conciencia humana florezca cuando, percibiendo realidades diferentes, aprendamos a hacerlas resonar y coordinarlas. Hasta ahora, toda civilización creyó en que todos debemos converger en “ver todos la misma realidad”, porque los que no ven “nuestra misma realidad” son de otro bando. Este es el tejido del Zodíaco: cada signo percibe –por su particular y específica posición en el mandala- la realidad de un modo muy diferente a los otros, pero la sabiduría está en abrirse a las resonancias y las riquezas de todas esas distintas maneras de percibir. Esa es la verdadera percepción unificada.

Eugenio Carutti

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