Guardó silencio
Zaratustra, pero se mantuvo en la actitud de quien todavía no ha dicho
su última palabra. Durante largo rato sopesó su bastón con aire
dubitativo. Al fin habló así, con otro tono de voz: —¡Proseguiré solo
mi camino, ahora, discípulos míos! ¡Vosotros también partiréis solos! Yo
lo quiero así. En verdad, os aconsejo: ¡alejaos de mí y precaveos
contra Zaratustra! Mejor todavía. ¡Avergonzaos de él! Quizás os ha
engañado. El hombre que busca el conocimiento no debe únicamente saber
amar a sus enemigos, sino, además, aborrecer a sus amigos. Poco
agradecimiento se tiene para un maestro cuando siempre se permanece
discípulo. ¿Y por qué no queréis arrancar mi corona? Vosotros me
veneráis; pero ¿qué ocurriría si vuestra veneración se derrumbase un
día? ¡Tened cuidado para que no os aplaste mi estatua! Afirmáis que
creéis en Zaratustra. Pero ¡qué importa Zaratustra! Vosotros sois mis
creyentes; pero ¡qué importan todos los creyentes! Todavía no os habíais
buscado cuando me habéis hallado a mí. Lo mismo hacen todos los
creyentes; de aquí que la fe sea tan poca cosa. Ahora os ordeno que me
perdáis y que os encontréis a vosotros mismos. Y no volveré entre
vosotros hasta que todos hayáis renegado de mí. Entonces, hermanos míos,
buscaré con otros ojos mis ovejas perdidas. Entonces os amaré con otro
amor. Y un día deberéis ser mis amigos y los hijos de una sola
esperanza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario